De Israel
COSAS DE LA
VIDA
Cerró el teléfono, apagó las luces,
colocó el cartelito °cerrado° y salió como un bólido hacia el estacionamiento.
Subió al coche y voló hacia el hospital; allí habían llevado a su hijita desde
el colegio a raíz de un golpe muy fuerte recibido en la cabeza durante la clase
de gimnasia. Se extraño mucho pues era un buen establecimiento educacional, que
portaba con todos los elementos indispensables, inclusive una equipada
sala de primeros auxilios atendida por una enfermera. Todo bajo la supervisión
de un médico, cuya clínica estaba enfrente del colegio, al cual se recurría en
casos de emergencia.
Al recibir la comunicación, se
sobresaltó al escuchar la voz inconfundible de la Directora, quien le informó
de lo acontecido, explicándole que fue el propio médico, que después de
revisarla, decidió enviarla al hospital para efectuar otra serie de
revisaciones mas específicas, pues con golpes en la cabeza es necesario
proceder con calma y prudencia.
El camino al hospital le resultó
larguísimo. Lo conocía muy bien por ser el que recorría todos los días desde su
casa. Llegó a destino, dejó el auto y corrió a Informaciones. La niña fue
llevada a Rayos le dijeron, y allí se encaminó, pero no la encontró. Calculó
que ya estaban sacando las radiografías, decidió esperar. Los minutos le
parecieron horas, consultó a una de las oficinistas, quien luego de preguntar
le informó que la niña estaba bien, la enfermera del colegio estaba con ella y
en unos minutos saldrían.
¿Por qué
tardaban tanto? ¿Que pasaba allí dentro?
Los minutos
duraron más de media hora y por fin salieron. Su hijita acostada en una
camilla, la carita sin colores, blanca con lágrimas pegadas debajo de sus
ojitos. Ocho años, parecía mas frágil que nunca, la acosó con los lógicos:
-¿que pasó? ¿como te sentís? ¿te duele?- y otras miles de preguntas comunes que
brotan sin obtener respuesta.
Mas tarde,
ya en la sala de niños, un médico se acercó y les explicó que por ahora todos
los resultados habían sido negativos, como precaución debería quedarse
internada las próximas 24 horas por cualquier eventualidad.
Su hija se
adormiló, él aprovechó para salir, tomar algo y comprarle unas golosinas,
también le trajo una hermosa muñeca de cabello largo vestida a lo dama antigua,
esperaba que le gustase.
A la tarde
apareció en la pieza una médica, hermosa mujer, presentándose como la encargada
del turno noche.
Luego de
hacer una serie de revisaciones a la pequeña, se sentó en el reborde de la
cama, y con forma pausada le explicó que afortunadamente no hubo lesión
cerebral, pero a causa del golpe recibido el cerebro de la niña habido sufrido
una conmoción, por lo cual era conveniente dejarla internada hasta el día
siguiente como prevención. Posteriormente, siempre y cuando sea dada de alta,
se le aconsejaría unos días en casa, sin concurrir al colegio.
Las
palabras las escuchaba, sin sacar los ojos de la doctora, esto desde que
apareció en la pieza. Sintió algo especial, raro, que no lo comprendió en el
primer momento.
Ya entrada
la noche, luego de dormitar un poco en el sillón al lado de la camita de la
niña, decidió tomarse un descanso. Se encaminó hacia el bar del nosocomio.
En
aquellas horas había poca gente, por casualidad entre los trasnochadores estaba
la doctora que atendía a su hijita.
Frente a
ella una jarra de té; por estar ensimismada en la lectura de un voluminoso
libro de gruesas tapas, ella no se percató de su presencia.
Quedó
parado detrás mirándola, observando, como estudiándola, se sentía bien en su
cercanía...
-Perdón,
¿puedo sentarme aquí?- preguntó.
-Oh! sí,
sí...por supuesto, ¿como está señor...?
-Robín, ¿y
el suyo?
-Dra.
Martín, ay, bueno, es la costumbre, Ud. entenderá, mi nombre de pila es Emi,
¿no es muy común, cierto?
-Tan poco
Ud. es común, a mi criterio, claro...
-Parece
que las horas de la noche lo vuelven pensador y más descriptivo ¿me equivoco?
-No...no
se equivoca. Lo que pasa que Ud, irradia cierta ola de tranquilidad, de paz, de
un no sé que...me cuesta explicarlo. Bueno, bueno, esto parecería un sencillo
tratamiento por persuasión, no quisiera que lo tome a mal, y menos
indisponerla, sepa Ud. disculpar mi forma de expresarme.
-No, por
el contrario, sus palabras me producen cierto halago no me molestan, puede
continuar.
Y la
charla siguió unos largos minutos, hasta que el sonar del celular de la doctora
puso final a la amena conversación, la llamaban desde la sala.
-Aquí le
dejo anotado mi número de teléfono, puede llamarme mañana cerca del mediodía,
si quisiera y esta disponible lo invito a almorzar, piénselo. Oh! que se
recupere su hijita y pronto, ¡eso espero!
Se quedó
con la boca abierta, le resultó todo tan rápido. Se sintió muy a gusto con esa
mujer, las palabras de uno se entrelazaban con las del otro, cada pensamiento
se perdía en el siguiente.
Al día
siguiente a media mañana su hijita fue dada de alta. En el camino de regreso
pararon a tomarse unos suculentos helados con crema y frutillas como está
escrito y luego partieron hacia la casa.
Allí los
estaban esperando, Cecilia, su hija mayor y el noviecito de la semana, además
de doña Pacha, la mucama, cocinera, ama de llaves, niñera, quien se preocupaba
por todo y por todos. La niña corrió hacia ella, la matrona la abrazó con sus
brazos gordos y tiernos, la pequeña se cobijó en su pecho, allí se sintió
protegida.
Al
mediodía, como estaba previsto, hizo la llamada, la cita se concretó.
El
almuerzo tuvo lugar, siendo éste el comienzo de un largo camino de encuentros,
caminatas, cenas y demás.
La
relación entre los dos fue un sin fin de satisfacciones. Tenían idioma en
común, compartían gustos y deseos, intercambiaban ideas y mezclaban sus vidas,
no obstante ser tan dispares en sus oficios, ella médica de niños y el
peluquero de señoras.
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