viernes, 1 de noviembre de 2013

BETO BROM


De Israel

COSAS DE LA VIDA

Cerró el teléfono, apagó las luces, colocó el cartelito °cerrado° y salió como un bólido hacia el estacionamiento. Subió al coche y voló hacia el hospital; allí habían llevado a su hijita desde el colegio a raíz de un golpe muy fuerte recibido en la cabeza durante la clase de gimnasia. Se extraño mucho pues era un buen establecimiento educacional, que portaba con todos los elementos indispensables, inclusive una equipada sala de primeros auxilios atendida por una enfermera. Todo bajo la supervisión de un médico, cuya clínica estaba enfrente del colegio, al cual se recurría en casos de emergencia.
Al recibir la comunicación, se sobresaltó al escuchar la voz inconfundible de la Directora, quien le informó de lo acontecido, explicándole que fue el propio médico, que después de revisarla, decidió enviarla al hospital para efectuar otra serie de revisaciones mas específicas, pues con golpes en la cabeza es necesario proceder con calma y prudencia.
El camino al hospital le resultó larguísimo. Lo conocía muy bien por ser el que recorría todos los días desde su casa. Llegó a destino, dejó el auto y corrió a Informaciones. La niña fue llevada a Rayos le dijeron, y allí se encaminó, pero no la encontró. Calculó que ya estaban sacando las radiografías, decidió esperar. Los minutos le parecieron horas, consultó a una de las oficinistas, quien luego de preguntar le informó que la niña estaba bien, la enfermera del colegio estaba con ella y en unos minutos saldrían.
¿Por qué tardaban tanto? ¿Que pasaba allí dentro?
Los minutos duraron más de media hora y por fin salieron. Su hijita acostada en una camilla, la carita sin colores, blanca con lágrimas pegadas debajo de sus ojitos. Ocho años, parecía mas frágil que nunca, la acosó con los lógicos: -¿que pasó? ¿como te sentís? ¿te duele?- y otras miles de preguntas comunes que brotan sin obtener respuesta.
Mas tarde, ya en la sala de niños, un médico se acercó y les explicó que por ahora todos los resultados habían sido negativos, como precaución debería quedarse internada las próximas 24 horas por cualquier eventualidad.
Su hija se adormiló, él aprovechó para salir, tomar algo y comprarle unas golosinas, también le trajo una hermosa muñeca de cabello largo vestida a lo dama antigua, esperaba que le gustase.
A la tarde apareció en la pieza una médica, hermosa mujer, presentándose como la encargada del turno noche.
Luego de hacer una serie de revisaciones a la pequeña, se sentó en el reborde de la cama, y con forma pausada le explicó que afortunadamente no hubo lesión cerebral, pero a causa del golpe recibido el cerebro de la niña habido sufrido una conmoción, por lo cual era conveniente dejarla internada hasta el día siguiente como prevención. Posteriormente, siempre y cuando sea dada de alta, se le aconsejaría unos días en casa, sin concurrir al colegio.
Las palabras las escuchaba, sin sacar los ojos de la doctora, esto desde que apareció en la pieza. Sintió algo especial, raro, que no lo comprendió en el primer momento.
Ya entrada la noche, luego de dormitar un poco en el sillón al lado de la camita de la niña, decidió tomarse un descanso. Se encaminó hacia el bar del nosocomio.
En aquellas horas había poca gente, por casualidad entre los trasnochadores estaba la doctora que atendía a su hijita.
Frente a ella una jarra de té; por estar ensimismada en la lectura de un voluminoso libro de gruesas tapas, ella no se percató de su presencia.
Quedó parado detrás mirándola, observando, como estudiándola, se sentía bien en su cercanía...
-Perdón, ¿puedo sentarme aquí?- preguntó.
-Oh! sí, sí...por supuesto, ¿como está señor...?
-Robín, ¿y el suyo?
-Dra. Martín, ay, bueno, es la costumbre, Ud. entenderá, mi nombre de pila es Emi, ¿no es muy común, cierto?
-Tan poco Ud. es común, a mi criterio, claro...
-Parece que las horas de la noche lo vuelven pensador y más descriptivo ¿me equivoco?
-No...no se equivoca. Lo que pasa que Ud, irradia cierta ola de tranquilidad, de paz, de un no sé que...me cuesta explicarlo. Bueno, bueno, esto parecería un sencillo tratamiento por persuasión, no quisiera que lo tome a mal, y menos indisponerla, sepa Ud. disculpar mi forma de expresarme.
-No, por el contrario, sus palabras me producen cierto halago no me molestan, puede continuar.
Y la charla siguió unos largos minutos, hasta que el sonar del celular de la doctora puso final a la amena conversación, la llamaban desde la sala.
-Aquí le dejo anotado mi número de teléfono, puede llamarme mañana cerca del mediodía, si quisiera y esta disponible lo invito a almorzar, piénselo. Oh! que se recupere su hijita y pronto, ¡eso espero!
Se quedó con la boca abierta, le resultó todo tan rápido. Se sintió muy a gusto con esa mujer, las palabras de uno se entrelazaban con las del otro, cada pensamiento se perdía en el siguiente.
Al día siguiente a media mañana su hijita fue dada de alta. En el camino de regreso pararon a tomarse unos suculentos helados con crema y frutillas como está escrito y luego partieron hacia la casa.
Allí los estaban esperando, Cecilia, su hija mayor y el noviecito de la semana, además de doña Pacha, la mucama, cocinera, ama de llaves, niñera, quien se preocupaba por todo y por todos. La niña corrió hacia ella, la matrona la abrazó con sus brazos gordos y tiernos, la pequeña se cobijó en su pecho, allí se sintió protegida.
Al mediodía, como estaba previsto, hizo la llamada, la cita se concretó.
El almuerzo tuvo lugar, siendo éste el comienzo de un largo camino de encuentros, caminatas, cenas y demás.
La relación entre los dos fue un sin fin de satisfacciones. Tenían idioma en común, compartían gustos y deseos, intercambiaban ideas y mezclaban sus vidas, no obstante ser tan dispares en sus oficios, ella médica de niños y el peluquero de señoras.