De Río Cuarto-Córdoba, Argentina
UN MILAGRO
¡Oh, más dura que el mármol a sus quejas
el agua se veía...
Con cuánta soltura se rendía
el agua
a sus antojos...
En
medio del torbellino la luz del sol brilló atenuada por nubes en cerrojo.
Sobre
el tajo de la tarde se veía el asombro del sol entre despojos.
Sin
darse cuenta, el mar embravecido sobre la arena blanca
borraba
las huellas de la madre enloquecida,
corriendo
por la orilla entre gaviotas, culminando la tarde.
Sin
darse cuenta, el niño de repente de su mano se soltó
y el
agua lo arrojó a su estrato inclemente.
Sin
darse cuenta, llegó ella a la orilla buscando entre las piedras
donde
se alzaba la rompiente con rugidos fervientes.
Y lo
llamó enardecida, atada su alma a hilos invisibles,
enajenada
por el dolor que la hostigaba hiriente...
Sin
percatarse del peligro, el niño se escondía en la enramada;
llegó
al agua que lo llevó lejos, muy lejos, de la madre doliente.
-¡Oh,
Dios! Dame la muerte a mi, no a ese inocente,
dame
todo el sufrimiento, quítame el aliento,
despójame
de todo pero deja a mi niño feliz entre su gente!-
Suplicaba
la madre cuando en corridas vanas sus brazos arrojaba
en la
inquieta mortaja del agua que en su fuente de azul requerimiento
al niño
sepultaba. Entre ondulantes algas, alta en la noche
la luna
iba cayendo, una luna redonda que a las sombras quebraba.
La luna
reflejaba en mil espejos vanos, la mortaja del agua
que al
niño iba envolviendo. Apenada la luna por el llanto materno
se
reflejó en las aguas debajo, en lo más hondo,
denotando
la forma del cuerpo que caía derecho al mar profundo.
-¿Dónde
estás, hijo mío, que ya no me respondes?
¿En qué
lugar te encuentras que no puedo ya verte
en este
infierno ardiente en que se ha convertido
este
mar que se mofa de mi dolor de muerte?-
Y casi
sin saberlo la luna parpadeaba, señalando la ruta
que al
fondo se espejaba. Y allí entre las algas halló el cuerpo del hijo
que no
le respondía, que ya no se movía , transido en ese sueño tenaz
y
persistente, en su rostro tan bello ,la piel amoratada,
en su
boca entreabierta , el aliento expiraba.
El
tiempo se detuvo. la madre, acongojada, quebró en un grito largo
el
silencio insondable que más allá del orbe la luz no reflejaba...
Y con
sus lágrimas tibias bañó el rostro que amaba
dispuesta
a dar su vida por él, si Dios se lo otorgaba.
Rugió
el mar alertado por la presa perdida, y el viento de la noche
barrió
las playas frías. Entre sus brazos mustios el cuerpecito helado
pareció
ser de plata bajo el reflejo excelso de la luna que dulce
el
cuadro compartía de la madre abrazada a su querido hijo.
Y
mientras las estrellas en su luz refulgían, un suspiro impreciso
de esos
labios partía. Esta vez fue su grito de gozo y alegría al
ver que
de la muerte su niño renacía. Y casi sin pensarlo,
llevó
la vista al cielo, pues en el milagro ,ileso,Dios se lo devolvía.
Carlota Gauna
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