viernes, 1 de marzo de 2013

MARÍA SENATORE


De Florida, Uruguay


INOCENCIA


Cada vez, cada jornada, cada día de esos... intensos, sofocantes... tanto... que los lagartos son estatuas en la arena gruesa... los tábanos, salpican en la ribera, las mariposas quemadas se alojan a las sombras de los sauces... y el delirio es presa de una lascitud, que arde sobre el pasto. El camino ya no existe, entre las idas y venidas de los vendavales de los chicos, del griterío de las piedras sobre el agua clara del río... ha desaparecido la gramilla... Mansedumbre temprano... bullicio en las tardes.
Los paraísos y las araucarias, adivinan el ajetreo y se entregan a los pisotones de gente y fieras.
La montonera... así le llamábamos y el adolescente tenia siempre su rincón, como la urraca... oscuro... muy suyo, algo húmedo por la llegada casi nula de la luz del sol.
Es la vista oculta... de menesteres entre murmullos, de bolsa de piedritas, de los camalotes inquietos en el presagio de su muerte anunciada. De las manos hurgando el lodo... de las botellas sin base... y de los calderines y las chalanas pura lata sobre el remanso, caducando senderos.
Quién no era feliz... si nuestra desnudez era pura y salvaje... si la pitanga teñía la piel y los talas marcaban nuestra piel de brechas rojas... Todo el monte era una fiesta... de desparpajo... de pantalones cortitos, de torsos sucios y calientes por la brisa de la siesta.
Los salvajes con su trompo... su honda para bajar gorriones y cuanto bicho estuviera a su alcance... quién no era feliz si vos y yo teníamos nuestro lugar, donde tus manos se hundían en mis cavidades más íntimas... y nuestro calor sin sol... sin sobresalto... era lo anhelado. las primeras caricias y sin hablar sentíamos que nos sacaban el sueño. Era nuestro escondite y las bicicletas despistaban en otro lugar... a propósito... pagando fianza.
Despertar de la sangre en mí y de tu madurez en vos... Hoy miro sobre mi hombro y distingo piernas y brazos... apurados... suspiros de niños... robando besos... pero dándonos... desde esa edad, solos, autodidactas de sentimientos, sin importarnos los guayabos... aprendimos a dar... a la voz de la inocencia... eso que era amor.
Caía... después la tarde... nos mirábamos con adoración... era ese, el primer amor.

María Senatore 
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