De Madrid, España
UNA SESIÓN DE BRUJERÍA
La otra tarde se demoró más de lo habitual en su cita con la
masajista y la peluquera. A mí no me extrañó, porque suele
coincidir con alguna de las chicas Telva y luego se van al Mallorca a contarse
de las ausentes lo que las ausentes no quieren contar a nadie, pero que, por
muy alambicados y procelosos conductos, acaban sabiendo todas. A ella, tan
distante y fría como parece, esos secretos de alcoba y cocina suelen dejarle un
pellizco de amargura y, sin embargo, llegó ufana y radiante. Y es que Sita, la capitana
de la pandi, la había embaucado para visitar a su acreditadísima bruja de
cámara.
La quiromántica, cartomántica y piromántica y
cuantas mánticas se estilen, las sentó en su saloncito con vistas a la M-30,
les sirvió un té con galletitas danesas, les averiguó los pasados, les ajustó
los presentes y les dibujó los futuros (incluidos los partos). Y cuando ya las
tenía a un tris de la conmoción con aquel alarde de adivinaciones a destajo,
les colocó un pack de uso privado, la promesa de una carta astral que hubiera
matado de envidia a cualquier príncipe del Renacimiento y, claro, la
correspondiente factura de escalofrío que ni quise preguntar. Y por fin, las
largó a la calle, entre atribuladitas y eufóricas, con los porvenires
esplendorosos que les aguardaban a la vuelta de dos telediarios.
Como en esta vida ya he tenido varias enganchadas
y sé de sobra lo venenosa y cerril que puede ser una mujer cuando se siente
iluminada por esos “saberes”, evite ponerme la peluca ilustrada de don Manuel
Kant y soltar aquello de que “todo eso es superchería”. Al contrario, me
refugié tras una sonrisa complaciente, mientras ella, desbordada de ilusión,
iba sacando de una bolsa cuajada de estrellas plateadas todos los artilugios
mágicos del pack de uso privado y, en el colmo de la condescendencia, hasta
accedí a someterme a una sesión doméstica tras la cena, para desvelar los
arcanos que pusiesen mi existencia en la senda segura del triunfo.
En fin, que allí me tienen arrojando unas extrañas
piedras a levante y a poniente, al septentrión y al meridión; luego, extrayendo
del tarot carta tras carta y disponiéndolas en raras geometrías y, finalmente,
entregándole la mano para que leyera toditas sus líneas. Ella, mientras, muy
sesuda y aplicada, iba anotando todos los resultados sin decir esta boca es mía
hasta que llegó el momento de las conclusiones; entonces, arrugó la nariz y la
frente, miró y remiró sus anotaciones, y empalideció de confusión. Después,
levantó la cara de la libretita y me dijo desolada:
—Aquí dice que ya deberías haber ganado más dinero
que Bill Gates y mira cómo estás.
Gastón Segura Valero
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