martes, 1 de enero de 2013

YURETZIS GARCÍA


De Maturín, Venezuela

UNA CARTA PARA DIOS

19 de Abril del 2013 

Hola Señor, 
Sé que no hay problema en que te escriba a esta hora, porque tú nunca duermes, tu mirada siempre está puesta en tus hijos. Me imagino que a esta hora, 02:09 de la madrugada, ves con satisfacción a tus pequeños dormidos, soñando con el amanecer de bendición y amor que les espera en la mañana al lado de sus padres que los cuidan y los aman. Pero también, sé que sufres mi señor, porque a esta hora muchos no están soñando, ni refugiando sus esperanzas, bajo techos de calor y trigo.
Millones y millones están en la calle, sin cobija ni abrigo, ya sea consumiendo la droga de la inconsciencia, entre las calles del dolor hiriente, lejos de esperanzas y deseos de superación. Otros, en cambio, son la consecuencia de amores fugaces que dejaron los que muchos llaman “inesperada consecuencia” dejando ángeles a la intemperie, sin saber el porqué, sin saber dónde está el alimento que debieron comer de las manos de aquellos, a quienes nunca llamaron padres.
¡Oh, mi Dios! cómo debes estar llorando, cómo debes estar sufriendo. A todos nos diste la oportunidad de escoger, el libre albedrío dejaste en nosotros. Pero muchos no te escogieron. Sin embargo, sigues guardando los lugares y el espacio en las habitaciones del cielo, sigue tu espera. Escuchas con dolor los reclamos, por decisiones que tomaste, que nosotros no entendemos, ya sea por nuestra desesperación de querer una respuesta inmediata, porque deseamos cosas que no nos harán bien y aún sabiéndolas, las queremos.
La terquedad y la soberbia, por momentos nos ciegan, pero al final, para aquellos que deciden confiar se revela el hecho de que les aguardaba algo mejor, y que sólo nos estabas forjando como piedras esperando ser esculpidas, pero ser tallada duele, y duele mucho, Señor. Preferimos saltarnos ese paso, que tú lo hagas todo fácil para nosotros, cosechar donde no hemos sembrado, sentarnos donde no hemos reservado puestos, beber de manantiales donde tenemos fuentes secas.
Sé que has sufrido por mí, lamento haberte causado dolor, lamento haber pensado en los momentos de sequía que tú habías quitado las nubes de mi cielo, lamento haber escogido en muchas ocasiones otro camino donde no estaban tus pasos, donde no estaba tu amor, donde, desde lo lejos, no se veía tu rostro ni se sentía tu calor.
Me dices hija con voz paternal, sino fuera por ti, seguiría dando vueltas en el desierto, buscando el oasis entre árboles de espinos. Sé que sufres, señor, cuando una mujer aborta tu bendición, cuando un hombre lastima a una doncella y destruye con golpes a tus mujeres virtuosas. Cuando niega y aparta a la compañera que eligió frente a ti, para amar y respetar, cuando las promesas de “hasta que la muerte nos separe” sólo duran una noche.
Sé que sufres Señor, cuando, por días, no te hablamos ni te buscamos, no te consultamos decisiones importantes, no te agradecemos el pan que colocas en nuestra mesa y por la salud de nuestros hijos, cuando olvidamos a quienes cuidaron nuestra niñez, esos padres que nos cuidaron en esta tierra, buscándolos cada vez que necesitamos un favor y después de conseguirlo nos vamos, sin dar siquiera las gracias.
Oh, Señor sé que sufres cuando ves tanto maltrato, violencia y violación, cuando ves lo impune y lo injusto y deseas estar más cerca, pero no te llamamos, no te pedimos que intervengas o confiamos que todas las cosas son para bien, para quienes te amamos, estamos demasiado ocupados para pronunciar tu nombre en la mañana y ya para la tarde hemos olvidado invitarte a nuestro día.
Sé que sufres cuando llueven en las noches y seguimos sin recordar tu sacrificio, tu perdón, avergonzándonos de compartir tu nombre pero no de las frases jocosas e historias chistosas; cuando no queremos esperar a que pase la ancianita, o simplemente detener el ascensor.
Volteamos para otra parte la mirada ante los problemas de los demás y llamamos a todos ingratos, cuando no escuchan los nuestros, preferimos escuchar las palabras intrigantes que un salmo de tu biblia, no queremos regaños, preferimos las palabras dulces, recitadas al oído, y luego nos quejamos de aquel que nos mintió.
Empezó la tormenta, el barco se hunde, todos se van, todos huyen para resguardar su vida. En la oscuridad no se ve a nadie y decimos que estamos solo, pero observo con cuidado, alrededor y tú estás allí, sigues allí, no te has ido.
Sé que has sufrido por mí, y ¡lo lamento! Padre mío, amado mío, hermoso mío. Te escribo desde mi cuarto, desde una noche sin dormir, desde un deseo de decirte Gracias por estar conmigo.

Yuretzis Garcia
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