domingo, 1 de septiembre de 2013

ERNESTO QUÉTZAL VALLEJO

De Tenochtitlán, México

HOJAS DE OTOÑO

Tú para mí
eres mi niña
eres mujer
eres sonrisa.

Mi torbellino de fuego en la sangre.

El sol que nace
el amor en mí.

Tú para mí
eres la vida
la noche en vela,
una vela encendida.

Este poema,
mi melodía.

El sur que me sigue
el viento que ciega
cuando beso en mi mente tu vientre
tus piernas.

Tú para mí eres eterna.

Un sol silente,
sismo que quema.

Mi luna en rojo,
mi luna nueva.

II.

Te miro en un capullo de nieve,
ahí estas tan sola y callada.

Como el mismísimo planeta.

Como una boca sin palabras.

Te miro despierta, pensativa
y temprana.

Mientras llovizna la pena
y nos moja en el alma.

III.

Estoy tan lejos de ti, tan lejos
que mis ojos no pueden alcanzarte.

Ni derribando murallas
ni quemando bosques
ni desecando mares.

Hoy estoy lejos de ti
pero no te olvido,
no puedo olvidarte.

No olvido las aves que brotan de tus manos
ni las estrellas que brotan desde tu rostro.

No olvido que no te tengo,
que no te tengo en mis ojos.

Ni que existe una distancia cobarde
que se interpone entre nosotros.

IV.

Yo te amo
como amo a las hojas de otoño.

Que se han quedado secas,
Desterradas,
pero que aún cantan.

Y que dan gracias a la vida
y guardan el agua a la raíz
del árbol que las hizo verdes.

Del árbol de su niñez 
que las expulsara.

Y que se quedaron para siempre
mezcladas en la tierra,humilladas hasta el polvo
para fertilizarla.

Dando vida al árbol
que les dio la vida.

Que las hizo hermosas
y las ignoraba.

Yo te amo
como amo a las hojas de otoño
que se han quedado
muertas.

Pero cantan.

Ernesto Quétzal Vallejo

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