De Lambayeque, Perú
MONÓLOGO DEL CABALLO
Soy un sueño
perseguido,
animal tres veces más
fuerte que el trueno.
Desde pequeño aprendí
a medir el pespunte de
mis pasos,
a reconocer mi olfato,
las agua peligrosas,
a recordar el tronar
de mis herrajes,
el brío y orgullo de
mi raza,
que congeniaba con el
viento,
con el pasto y los
amaneceres.
Troto y con sus
trampas quieren capturarme,
tiran lazos, frases
dulcísimas
hacen crecer en mi
sendero,
como si fuese un pasto
apetecible.
Para mí inventaron la
oscuridad
y los malos augurios,
quieren modelar mi
marcha a su antojo,
pasarme la mano por el
lomo,
darme azúcar en la
mano,
peinarme la crin y
luego hacerme pasar,
como un caballo
ejemplar,
con buenos dotes para
la inseminación
y el engrandecimiento
de su ego.
Galopo…, los límites
de la paciencia
están ardiendo, para
no perderme
he antologado la
dirección de los caminos,
la fuerza de los
vientos, todas las corrientes,
la incandescencia
antigua del entendimiento.
Se que no es posible
detenerse
a dar un relincho, a
comer los follajes
que crecieron
irrigados por las lágrimas,
eso es subversivo, si
no están las armas,
están las alambradas,
circundando el sufrimiento.
Huyo a las campiñas,
donde las torcazas
traen las mañanas,
el rocío orla a los
sueños para que no mueran
y la lluvia es una
alegre y húmeda
canción del infinito.
Huyo de las ciudades,
de los tumultos sin
sentido,
con alma de picaflor
voy viajando,
por los valles, por la
geografía de cada pensamiento.
Alguien toma la medida
exacta de mis cascos,
presta atención a mis
bufidos, a mis relinchos,
porque temen al fuego
libertario,
que me sale por la
boca, a la alegría
que me salpica por el
lomo,
alguien teme el
retorno de nuestro entendimiento.
Nada es posible contra
mí,
esquivo las
maldiciones que vienen como rocas,
olfateo y señalo la
exacta ubicación del enemigo,
violentos sus
secretos,
sus falso testimonios
de la vida y de la muerte;
la luna y el sol
responden a mi grito,
a mi silencio capcioso
y voluntario.
Con mi paso solivianto
al tiempo,
agilizo las horas,
adelgazo el sufrimiento,
porque siento que las
auroras,
me inducen a ser un
animal auténtico,
testigo fiel de los
abrazos,
de la solidaridad que
va creciendo en los bostezos,
en mi pecho, en mi
sangre
y en camino azul en
que te pienso.
©2008, Javier Villegas Fernandez
Del
libro: "Apología del hombre"
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