sábado, 1 de marzo de 2014

ALBERTO PUNSET Escritor


De España 

LA SEPARACIÓN


—¡No aguanto que bebas de mi taza! —gritó Patricia a su esposo Ralph—. Hay suficiente café preparado. Cógete una taza limpia y sírvete. ¡Pero no bebas de mi taza!
En la cocina, irritada, la mujer estaba sentada en un taburete, entre pilas de paquetes y bolsas en los que había guardado sus cosas. Le estaba dejando. En media hora llegaría una furgoneta para llevarla a la casa de su madre.
Patricia y Ralph dejaron de amarse hace tiempo. Después de cinco años de matrimonio, su vida de pareja se había convertido en una pesadilla. El salía por la tarde a la ciudad y llegaba a casa por la noche aduciendo el pretexto de haberse quedado con amigos a tomar una cerveza. Cuando ella descubría que su marido traía huellas extrañas en las zonas íntimas del cuerpo, él se negaba a dar explicaciones y la bofeteaba al grito de "te mato". Estaba claro. Ralph la estaba engañando. Ella contrató a un abogado y pidió el divorcio. La sentencia estaba a punto de emitirse. Decidió mudarse a su madre.
Sonó el timbre. Patricia se apresuró a abrir. No, no había llegado el conductor de la furgoneta. Eran Leo y Mike, dos amigos de Rafael. Tenían la mirada turbia, seguramente habían tomado drogas o alcohol. Ralph les llamó al salón y puso death metal. Pronto se propagó por toda la casa un olor a marihuana.
Patricia entró en la cocina y se sirvió más café, se sentó e intentó leer una revista de moda. No podía. La música era ensordecedora, los hombres gritaban de tal manera que se sacudían las paredes. Con la excusa de ir al baño, ella pasó por la habitación para ver lo que estaban haciendo. Habían abierto una botella de whisky y, de rodillas junto a la mesa de vidrio, los tres estaban esnifando cocaína. Patricia sintió miedo. Bajo la influencia de las drogas, incluso serían capaces de violarla. En el cuarto de baño, miró su reloj. La furgoneta tardaba. Volvió a la cocina. Ralph la siguió:
—Te mudas donde tu madre, ¿verdad? Ahora escúchame bien. Si te veo en la ciudad con otro hombre te mato a puñetazos. ¡Te mato! ¡Sigues siendo mi esposa! Mira bien lo que hago—gritó Ralph con impertinencia y bebió el café preparado por Patricia—. Bebo de tu taza. Hago exactamente lo que quiero. ¡Todo lo que quiero!
Rojo de ira, se fue al salón y le confesó a Leo:
—¡La odio! Quiero verla muerta…
—No te preocupes, Ralph—dijo Leo—. Yo me he encargado de todo. He puesto un polvo en su taza de café. Un veneno mortal. Después de beberlo, se hace efectivo en quince minutos.

Alberto Punset
Escritor

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