lunes, 1 de diciembre de 2014

RICARDO RAÚL LAMPUGNANI RODRÍGUEZ


“Nada es lo que parece”
Ricardo Raúl Lampugnani
De Rosario, Argentina

AEROPUERTO FANTASMA

Maldije las malas conexiones de los puentes aéreos. Ésta me obligaba a seis horas de espera entre vuelo y vuelo. Para colmo no podía sustraerme a la sensación de que no se trataba de un viaje más; todas las circunstancias me habían empujado hasta allí.
No quise alejarme demasiado del bar porque desde que había salido de casa tenía muchísima sed. Me bebí una cerveza y me fui a sentar en una de las salas de espera que estaba casi desierta. Saqué el billete del bolso de mano y me dije que debía buscar la puerta 545. Pero tenía mucho tiempo por delante. Fui por otra cerveza porque la sed no cedía, volví a sentarme y la bebí lentamente. Me quedé dormido y soñé que era la hora de embarcar y yo todavía no había hallado la bendita puerta 545 y daba vueltas por el aeropuerto mientras miraba incesantemente mi tarjeta de embarque. Entonces me desperté y decidí ubicarla para quedarme tranquilo.
De la Terminal B pasé a la A, aun más vacía y en penumbras. Cuando llegué a la A13 encontré un Punto de Información en el que dos jóvenes conversaban animadamente. Quise preguntarles, pero ni me miraron; carraspeé y pasaron olímpicamente de mí, como si no existiese. Me quedé de pie en medio del pasillo y una jovencita que venía apurada arrastrando una maleta con ruedas casi me atropella. Debí de hacer una pirueta de circo para esquivarla primero a ella y luego a la maleta.
-¿Están todos gilipollas? -pregunté en voz baja.
A los pocos metros me topé con la tripulación de un vuelo coreano o japonés. Las azafatas iban vestidas de seda color verde agua y llevaban palillos en sus cabezas sosteniendo un recogido. Una de ellas me hizo morritos y ello me quitó el enfado del casi atropello anterior. Al llegar junto a mí se detuvo un instante y yo pensé “me habrá confundido con otra persona”, pero no, simplemente me miró, se arregló el cabello y siguió caminando. Yo giré la cabeza y descubrí a mis espaldas un cristal polarizado que oficiaba de espejo. Miré hacia las pistas y vi como un avión de Air Comet y otro de Aerolíneas Argentinas engullían equipajes por sus panzas abiertas.
-Aquí hay algo que no va bien –me dije. Tuve la sensación de estar viendo una película y que todo aquello no era real sino un telón sobre el que se proyectaban las imágenes. Hacía frío, tenía sed y me ardía la cara. Supuse que comer algo caliente y beberme otra cerveza me ayudarían. Al entrar al autoservicio, vi una ternera estofada que olía de maravilla. Me detuve frente al mostrador pero por más que permanecí un largo rato esperando, nadie vino a servírmela. Ya bastante disgustado por la mala atención, cogí un bocadillo de pernil, una lata de cerveza y fui a la caja dispuesto a quejarme. La dependienta hizo un gesto de sorpresa y abandonó su puesto sin cobrarme. Por supuesto me fui sin pagar y me senté a comer frente a un muchacho moreno, de aspecto sudamericano que leía un periódico con suma atención. Con el rabillo del ojo leí el encabezado: “Aeropuerto Fantasma…” y pegué un brinco. El chico no se inmutó por más que casi se me cae la cerveza pero la señora de la derecha me observó con curiosidad, luego se rió discretamente, miró en todas direcciones como si buscara una cámara oculta y fue a sentarse en otra mesa. En aquel momento yo ya estaba muy incómodo y empecé a pensar tonterías ¿y si en mi deambular había entrado donde no debía? ¿Si aquella era otra dimensión y la gente que veía eran fantasmas que habitaban un aeropuerto paralelo? Le encontré una cierta consistencia a una idea tan extraña. Eso explicaría por qué veía a las personas como aplanadas y sus siluetas llevaban como una especie de bisel de cristal en el cual la luz divergía descompuesta en su escala de colores. Hasta aquel momento yo había atribuido todos aquellos fenómenos al cansancio, a las horas de espera y al sueño atrasado.
Me levanté y fui a los aseos, oriné las dos primeras cervezas que me había bebido, me lavé las manos y las sequé con el secador de pared. Tuve mucho cuidado de comprobar que el agua fuese real y el calor del aire también. Tres o cuatro hombres salieron presurosos de los retretes al escuchar el último llamado para un vuelo a Lima, Perú, al tiempo que dos guardias civiles y un empleado de AENA entraban a revisar los servicios. Los vi reflejarse en el espejo, los vi a los tres pero no me vi a mí… Sentí vértigo y terror y salí presuroso hacia donde me había quedado dormido. Recorrí los pasillos como una exhalación y allí estaba yo o mejor dicho la otra parte de mí. Me rodeaba un grupo de paramédicos y varios policías. El forense certificaba la hora de mi muerte: las 5:45 a.m

Ricardo Raúl Lampugnani



4 comentarios:

  1. Gracias María José por el impresionante trabajo que te tomas en publicarnos. Un abrazo. Ricardo

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  2. Cuantas veces me han parecido los aeropuertos fantasmas, cuantas veces me despistaba y me sigo despistando en las puertas. Que descanso cuando te sientas frente a ella para oir la palabra, " pueden embarcar".
    Besos de colores. Amparo
    Carpe diem

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  3. Un placer Ricardo, siempre es poco lo que uno pueda hacer, un abrazo

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  4. Este cuento lo leí en El Recreo, Ricardo. Me gustó antes y me gusta ahora. El hombre estaba muerto y seguía pensando en él como si fuese un mortal cualquiera. El final es escalofriante, pues a lo largo de cuento no se espera que suceda, ¡más parece que es un sueño!

    Un abrazo,
    Blanca

    PD. Muchas gracias por tus palabras en FB. De veras, te las agradezco, sé que sabes de qué hablas.

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