De
Comodoro Rivadavia, Argentina
REENCUENTRO
Mientras
me dirigía hacia el lugar, sentía que el agobio se iba acrecentando por la
incertidumbre, más aún porque el camino me era totalmente desconocido pese a
que no quedaba tan alejado de la ciudad en donde vivía.
El
paisaje se presentaba extraño, de esos con los que uno se suele encontrar en la
Patagonia bastante a menudo - si se la recorre, claro-. lo que hacía que todo
semejara una escena irreal, onírica.
Cuando
la noche anterior me informaron que los chicos se encontraban ahí, no dudé en
decidir mi partida a primeras horas de la madrugada, y eso por temor a la
posibilidad de perderme por la falta de iluminación en la zona.
Luego de
tantos años de búsqueda y espera, mi corazón palpitaba de alegría, a la vez que
una amarga sensación de angustia y temor me abrumaban casi hasta lo insoportable
por no saber con que habría de encontrarme.
Ya en el
camino, o mejor dicho en la huella, la vegetación de las laderas del cañadón se
hacía gradualmente mas copiosa, pues solo en lo alto de las lomas quedaba al
descubierto la estructura rocosa que subyacía, resaltada por los primeros rayos
de sol que recién comenzaban a asomar en el nuevo día.
Con la
tensa cautela que impone lo inexplorado, me fui acercando muy lentamente
tratando de no pensar para no distraerme, pero también como un modo de tranquilizarme
y no dejarme ganar por la euforia.
Ignoro
cuanto había transcurrido cuando comencé a divisar un pequeño poblado
desdibujado por la oscuridad que aún persistía, donde se destacaba una casona
blanca que, supe de inmediato, era la que buscaba.
El silencio
era casi absoluto a no ser por algún tenue ladrido que se escuchaba de tanto en
tanto y por el portazo que di al bajar del auto, pese a que traté de hacerlo
con la mayor delicadeza, por respeto a los moradores que, por lo que se
observaba, parecían aún estar descansando.
Pero ni
bien me hicieron pasar me sorprendió un insospechado movimiento dentro de la
casa, dando evidencia de que ya hacía rato que estaban en actividad, como si
estuvieran en un tiempo y un espacio distintos. También pude percatarme de que
las dimensiones eran mas grandes de lo que supuse puesto que se veían varios
pasillos y numerosas habitaciones, semejando un hotel o algún tipo de
alojamiento, en las cuales se distribuían las camas en distintas ubicaciones.
La
persona que me atendió al llegar, fue la misma que me iba presentando, aunque
tuve la certeza de que todos sabían quien era, y solo confirmaban, al verme o
darme la mano, una presencia que hacia tiempo que estaban aguardando. Sin
llegar a la frialdad, el trato era distante y superficial, expectante. Sabían
el motivo de mi visita, si así se puede llamar, pero tanto ellos como yo
ignorábamos el desenlace que habría de tener la misma.
Cuando
por fin nos dirigimos a la habitación donde estaban los chicos, un torbellino
se agolpó en mi mente, pues por fin me reencontraría con ellos, sin saber si
los reconocería, con que cambios los vería o me verían y, más que nada, sin
saber cual sería la reacción que se produciría luego de tanto tiempo, el cual
me parecía ahora infinito.
Al abrir
la puerta y encender las luces, nuevamente me sorprendieron la altura del techo
y la amplitud de las paredes, como asimismo el hecho de que no hubieran otros
muebles que no fueran las camas donde estaban durmiendo.
Cuando
me fui acercando el impacto fue aún mayor, pues parecía que los que allí se
encontraban eran niños pequeños, lo que no coincidía con lo que estaba buscando
puesto que desde la última vez que estuvimos juntos habían transcurrido no
menos de veinte años.
No
obstante, tomé coraje y comencé a despertarlos uno a uno, con todo el cuidado
que podía como para no irrumpir con brusquedad en sus sueños.
Y
entonces…..
…Uno a
uno fueron desperezándose como lo hacían de chicos cuando los despertaba para
darles la leche, para llevarlos al jardín o a la escuela o bien para que
salieran a jugar o a pasear a algún lado.
…Uno a
uno me saludó como si fuera un día más de su infancia, con total naturalidad,
en contraste con lo que yo sentía, pues para mí implicaba retomar una secuencia
milagrosa que se había interrumpido atrozmente esa noche imborrable que
quisiera no recordar.
…Uno a
uno me abrazó con sus pequeñas manitos y sus bracitos tersos, acurrucándose en
mi pecho como entonces, con la absoluta seguridad de que yo estaba con ellos
para siempre.
…Uno a
uno me besó con sus labiecitos suaves, mientras sentía el palpitar sereno de
sus corazoncitos felices.
…Uno a
uno me miró con todo el amor y la ternura del mundo, y con sus vocecitas aún
somnolientas solo atinaron a decirme:
“Hola,
Pá….”
Miguel
Angel de BoerComodoro Rivadavia, 22/09/09
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