lunes, 1 de diciembre de 2014

CARLOTA GAUNA



De Río Cuarto-Córdoba, Argentina

 UN MILAGRO

¡Oh, más dura que el mármol a sus quejas
el agua se veía...
Con cuánta soltura se rendía
el agua a sus antojos...

En medio del torbellino la luz del sol brilló atenuada por nubes en cerrojo.
Sobre el tajo de la tarde se veía el asombro del sol entre despojos.

Sin darse cuenta, el mar embravecido sobre la arena blanca
borraba las huellas de la madre enloquecida,
corriendo por la orilla entre gaviotas, culminando la tarde.

Sin darse cuenta, el niño de repente de su mano se soltó
y el agua lo arrojó a su estrato inclemente.
Sin darse cuenta, llegó ella a la orilla buscando entre las piedras
donde se alzaba la rompiente con rugidos fervientes.

Y lo llamó enardecida, atada su alma a hilos invisibles,
enajenada por el dolor que la hostigaba hiriente...
Sin percatarse del peligro, el niño se escondía en la enramada;
llegó al agua que lo llevó lejos, muy lejos, de la madre doliente.

-¡Oh, Dios! Dame la muerte a mi, no a ese inocente,
dame todo el sufrimiento, quítame el aliento,
despójame de todo pero deja a mi niño feliz entre su gente!-

Suplicaba la madre cuando en corridas vanas sus brazos arrojaba
en la inquieta mortaja del agua que en su fuente de azul requerimiento
al niño sepultaba. Entre ondulantes algas, alta en la noche
la luna iba cayendo, una luna redonda que a las sombras quebraba.

La luna reflejaba en mil espejos vanos, la mortaja del agua
que al niño iba envolviendo. Apenada la luna por el llanto materno
se reflejó en las aguas debajo, en lo más hondo,
denotando la forma del cuerpo que caía derecho al mar profundo.

-¿Dónde estás, hijo mío, que ya no me respondes?
¿En qué lugar te encuentras que no puedo ya verte
en este infierno ardiente en que se ha convertido
este mar que se mofa de mi dolor de muerte?-

Y casi sin saberlo la luna parpadeaba, señalando la ruta
que al fondo se espejaba. Y allí entre las algas halló el cuerpo del hijo
que no le respondía, que ya no se movía , transido en ese sueño tenaz
y persistente, en su rostro tan bello ,la piel amoratada,
en su boca entreabierta , el aliento expiraba.

El tiempo se detuvo. la madre, acongojada, quebró en un grito largo
el silencio insondable que más allá del orbe la luz no reflejaba...
Y con sus lágrimas tibias bañó el rostro que amaba
dispuesta a dar su vida por él, si Dios se lo otorgaba.

Rugió el mar alertado por la presa perdida, y el viento de la noche
barrió las playas frías. Entre sus brazos mustios el cuerpecito helado
pareció ser de plata bajo el reflejo excelso de la luna que dulce
el cuadro compartía de la madre abrazada a su querido hijo.

Y mientras las estrellas en su luz refulgían, un suspiro impreciso
de esos labios partía. Esta vez fue su grito de gozo y alegría al
ver que de la muerte su niño renacía. Y casi sin pensarlo,
llevó la vista al cielo, pues en el milagro ,ileso,Dios se lo devolvía.

Carlota Gauna



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