lunes, 1 de diciembre de 2014

GASTÓN ESPECHE


De Salta, Argentina

POR UNOS SEGUNDOS
(Cuento corto)

Llegamos hasta una vía –por la que pasaba un algún tren de vez en cuando– situada en un una suerte de baldío. De un lado de la vía estaba Salta, del otro, Cerrillos. Se llegaba ahí a través de un caminito entre los yuyos. Nos sentamos en los rieles. No se escuchaba nada a nuestro alrededor; estábamos en medio de la nada, el aire era más fresco que el de la ciudad, y el gris del cielo se expandía sobre nuestras cabezas. Dejé las cervezas a un lado y dije:
– ¿No es lindo este lugar, Walter?¬–
– Lindo sos vos, nene. ¡Esto es un baldío! Me hubieras dicho antes que ibas a traerme acá. ¡Los zancudos estos!
Cuando movió su brazo para espantar a los bichos, el viento trajo a mí el perfume ése que el usaba y que a mí tanto me gustaba. Se le prendía a la piel de una forma… que ambos eran uno, él. Dejaba su esencia por donde pasaba. Yo ponía un poquito de esa fragancia en mi almohada para sentirlo a mi lado cuando me iba a dormir. Me acordé de lo que me había hecho y se me inundaron los ojos de lágrimas.
– ¿Por qué estás llorando, nene?– preguntó, encendiéndose un cigarrillo negro.
– Sos un hijo de puta– dije.
– Andaba todo tan bien. Vos sabés que te quiero, incluso me cuesta decírtelo ¿Por qué tenías que hacerme eso, boludo? Yo juré que no te iba a hacer sufrir nunca; sabés la cantidad de tipos con los que me pude haber acostado. No lo hice. “estoy en pareja” decía con cara de tonto. ¡Debo ser el único puto fiel del mundo!
– Escuchame –dijo–. ¿Cuándo me viste? Estás insinuando cualquier cosa. Bueno, pero fue un beso nomás, me entendés, ¿quién te lo contó? ya me lo imagino, fue aquel… 
– No, fue aquella, una tarada que te cogiste. Y me lo contó muy orgullosa ¿Podés creer? Pero como si nada, re contenta. Me daban ganas de pegarle en la boca. Ella no conoce lo nuestro, no se lo he dicho. Es una amiga mía, bueno, lo era.
– ¡Dios! ¡No hay que confiar en las mujeres!– gritó Walter, que se acostaba sobre la vía.
Yo dije: “Amén” y nos pusimos a tomar en santo silencio, sin mirarnos. La cerveza se estaba acabando y el perfume de Walter se me metía en la cabeza. Le hice una seca al cigarrillo y me mareé, hice otra, y otra más hasta que me descompuse y la cerveza se me quiso escapar por la boca. Pero hice un esfuerzo y me tragué el vómito.
– ¿Por qué fumás así? No te hace bien tomar y fumar al mismo tiempo, pendejo. Vayámonos a otro lado.
– Sí, sí… Vos andate si querés. Seguro te debe estar esperando esa mina. O tal vez tu mujer, a quién debes amar tanto. Debés de tener un hijo encima. Viejo degenerado, pederasta, sucio.
El alcohol me hacía soltar las palabras amontonadas, llenas de bronca, como balas pero balas que no mataban ni herían a nadie, o sea inútiles.
– Estás muy nervioso, nene. Calmate y vení acá cerquito mío que te voy a hacer pasar los nervios. Aprovechemos ahora que estamos en este lugar tan lindo como vos decís.
– ¿Lo escuchás?– pregunt鬖 ¿Lo escuchás? Ya se acerca.
– Yo no siento nada. Debe ser porque ya estoy viejo. Dale, vení de una vez.
– Che, Walter, te acordás cuando me dijiste una vez: “tuyo para siempre” ¿Qué me querías decir con eso?
– Niño, amar es darlo todo, la vida incluso. Germán, yo no te amo para siempre… sino hasta la muerte. Pero vos me das ganas de seguir viviendo.
Era la primera vez que pronunciaba mi nombre. Ya se acercaba el tren, en el mejor momento. Walter se iba a llevar el susto de su vida, ese era mi plan. Tenía que pagar por lo que me había hecho, esa forma de herirme así. ¿Pero que se creía? Que yo era un chico más. Que me iba a tirar, después de usarme, como un preservativo, al inodoro de los recuerdos. Vamos a ver si me amaba hasta la muerte.
– Ya es tarde. Tus frasecitas perdieron sentido para mí– dije–. Ahí justo viene el tren. Chau, hijo de puta.
Me paré de cara al tren, en medio de la vía. Ya lo había practicado un par de veces antes y siempre lo esquivaba por unos segundos antes. Todo estaba calculado, la máquina se acercaba. Ya estaba listo para saltar cuando él se metió y me empujó a un costado. No alcancé a decirle: “No, pará. Estoy actuando, esto es todo un circo” Caí en el barro. Cuando me pude levantar, no lo vi por ningún lado. Sólo su perfume flotando en el aire y el ruido del tren, que como mi vida, se estaba yendo lejos, bien lejos.

Gastón Espeche
Derechos reservados de autor



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